Traducción de Javier Gómez
La niebla de invierno, espesa como lana gris, cerraba el Valle de Salinas al cielo y al resto del mundo. Era una tapa apoyada en el borde de las montañas, que convertía al enorme valle en una olla cerrada. Sobre el extenso suelo llano del fondo, los arados se hincaban hondo y dejaban la tierra negra brillando como metal en los surcos abiertos por las cuchillas. Junto a los ranchos sobre las laderas cruzando el Río Salinas, los rastrojos amarillos parecían bañados por un sol pálido y frío, pero no había sol en el valle en diciembre. Los arbustos espesos que bordeaban el río elevaban sus agudas hojas amarillas como llamas triunfantes.
Era tiempo de quietud y espera. El aire estaba frío y suave. Un viento débil soplaba desde el sudoeste, así que los granjeros tenían esperanzas de que una buena lluvia no se demorara. Pero niebla y lluvia nunca llegaban juntas.
Al otro lado del río, en el rancho de Henry Allen al pie de la montaña, había poco trabajo pues el heno ya había sido cortado y almacenado, y los huertos estaban arados para recibir a fondo la ansiada lluvia. El ganado en las cuestas más altas estaba adquiriendo un aspecto descuidado y salvaje.
Elisa Allen, que trabajaba en su jardín, miró hacia abajo al otro lado del patio y vio a Henry, su esposo, que hablaba con dos hombres vestidos de traje. Los tres estaban parados junto al cobertizo del tractor, cada uno con un pie sobre el costado del pequeño Fordson. Fumaban y observaban la máquina mientras conversaban.
Elisa los observó un momento y después regresó a su trabajo. Tenía treinta y cinco años. Su rostro era austero y fuerte y sus ojos claros como el agua. Su silueta se veía torpe y pesada dentro de las ropas de jardinería, llevaba un sombrero negro de hombre echado sobre los ojos, botas de labranza, un vestido estampado cubierto casi por completo por un amplio delantal de pana con cuatro bolsillos grandes para las tijeras, el desplantador y el rastrillo de mano, las semillas y el cuchillo que usaba. Tenía puestos unos guantes de cuero gruesos para protegerse las manos mientras trabajaba.
Estaba cortando los ramos de crisantemos del año pasado con un par de tijeras cortas y robustas. Bajaba de vez en cuando su mirada hacia los hombres junto al cobertizo del tractor. Su rostro se veía ambicioso y adulto y apuesto; hasta su trabajo con las tijeras desbordaba de ambición, de fuerza. Los tallos de los crisantemos parecían demasiado pequeños y dóciles frente a su energía.
Original:
The Chrysanthemums (excerpt)
The high gray-flannel fog of winter closed off the Salinas Valley from the sky and from all the rest of the world. On every side it sat like a lid on the mountains and made of the great valley a closed pot. On the broad, level land floor the gang plows bit deep and left the black earth shining like metal where the shares had cut. On the foothill ranches across the Salinas River, the yellow stubble fields seemed to be bathed in pale cold sunshine, but there was no sunshine in the valley now in December. The thick willow scrub along the river flamed with sharp and positive yellow leaves.
It was a time of quiet and of waiting. The air was cold and tender. A light wind blew up from the southwest so that the farmers were mildly hopeful of a good rain before long; but fog and rain did not go together.
Across the river, on Henry Allen's foothill ranch there was little work to be done, for the hay was cut and stored and the orchards were plowed up to receive the rain deeply when it should come. The cattle on the higher slopes were becoming shaggy and rough-coated.
Elisa Allen, working in her flower garden, looked down across the yard and saw Henry, her husband, talking to two men in business suits. The three of them stood by the tractor shed, each man with one foot on the side of the little Ford-son. They smoked cigarettes and studied the machine as they talked.
Elisa watched them for a moment and then went back to her work. She was thirty-five. Her face was lean and strong and her eyes were as clear as water. Her figure looked blocked and heavy in her gardening costume, a man's black hat pulled low down over her eyes, clod-hopper shoes, a figured print dress almost completely covered by a big corduroy apron with four big pockets to hold the snips, the trowel and scratcher, the seeds and the knife she worked with. She wore heavy leather gloves to protect her hands while she worked.
She was cutting down the old year's chrysanthemum stalks with a pair of short and powerful scissors. She looked down toward the men by the tractor shed now and then. Her face was eager and mature and handsome; even her work with the scissors was over-eager, over-powerful. The chrysanthemum stems seemed too small and easy for her energy.